miércoles, 19 de junio de 2013

Divagaciones y Vaguedad


El gato se acicala lentamente tendido en el diván anaranjado, la mujer llega a casa con la única intención de colgar el disfraz de la profesión aprendida de memoria y sumergirse en una dimensión Murakamina, sin embargo, al parecer el gato se niega rotundamente a abandonar el diván… la mujer sabe que tendrá que sobornarlo con el contenido de una bolsita resellable.

El reloj marca una hora hambrienta, dado que la araña ha raptado las otras dos manecillas, el reloj trata de disuadirla pero al parecer es el momento de la terquedad sin fundamento ni motivo.

El escarabajo una vez más se lamenta del cielo nublado, las pequeñas filigranas de plata le impiden saber cuándo volar, y además está pensando seriamente en ser empírico y dejar la epistemología al menos por unos días, de igual manera solo quiere serlo pero nunca llega a nada en concreto.

La mujer logra convencer al gato al llenar su tazón de pitagóricos en bolitas, la comida esférica siempre convence; por lo que huye al diván, pero cuando está a punto de abrir la dimensión Murakamina llega Max Black quien le dice que la vaguedad se caracteriza por la existencia de objetos referente a los cuales es intrínsecamente  imposible decir si el símbolo es o no aplicable; la mujer trata de entenderlo, pero si en realidad lo que intenta es explicar la vaguedad, lo cierto es que no lo está logrando. Trata de interrogar al filósofo pero este le dice que como sus ejemplos son igual de complejos, estará en la cocina preparando chocolate con leche.

 El reloj recupera el segundero por lo que marca horas hambrientas con segundos regordetes, la araña urde un plan para tirar por la hendidura al minutero, un segundo regordete mas y sin siquiera tocar aparece Carl G. Hempel afirmando que la vaguedad podría definirse como una relación semiótica trimombre que puede asumir ciertos grados, es decir, como una función estrictamente semiótica de tres argumentos. El gato desde su tazón piensa vagamente en que los pitagóricos en bolitas están más secos que de costumbre.

La mujer observa detenidamente a Carl G. Hempel y sin siquiera elaborar una pregunta lo invita a la fiesta de leche con chocolate que se organiza en su cocina.

Llegan a la cocina y encuentran a I.M Copi listo para poner varios ejemplos que explicarán la vaguedad diciendo: “supongamos que se intenta aplicar la simple dinámica racional a una máquina muy imperfecta, cuyas ruedas sean solo aparentemente circulares y cuyos ejes no sean muy rígidos. Se pueden hacer tres cosas: 1) perfeccionar la máquina; 2) complicar nuestras matemáticas; 3) decir que  las matemáticas empleadas son falsas. En ese momento  Hempel y Black proponen utilizar el segundo procedimiento; pero Copi con desdén les dice que hay que utilizar el primer procedimiento y hacer redefinición para que los términos se conformen cada vez más a las leyes de la lógica y para ello hay que suponer que la vaguedad es un caso especial de la ambigüedad y no una propiedad distinta e independiente del lenguaje.

La mujer les pregunta desde su taza increíblemente grande en qué momento se les ocurrió irrumpir en su cocina… los filósofos no escuchan, la discusión se torna acalorada, la mujer se reprocha a sí misma, que a pesar de la experiencia vivida, aun olvida que los filósofos relegan el mundo cuando una idea es puesta en la mesa, aunque esta solo sea una vaguedad.

Una hora más que el reloj marca porque los segundos son demasiado efímeros como para marcarlos sin sentido, y la mujer hace el segundo intento por recostarse en  el diván, intento fallido, dado que el gato encontró sobre la mesa a Cornelius Benjamín  preocupado por mostrar los factores que constituyen a la vaguedad y que por cierto, es el único modo de evitarla, pero mientras trata de evadir las patitas del gato con gran destreza dice que porque justamente porque la vaguedad es inevitable, puede ser reducida y ello sin necesidad de adoptar posiciones tales como el construccionismo, el convencionalismo o el operacionalismo, que resuelven el problema simplemente eliminando sus datos. El gato logra atraparlo y llevarlo hasta el jardín donde los pájaros de naranjo los miran con un poco de interrogación.

Entra G. Watts Cunnigham preguntándose primero porque se vistió de verde y segundo si un lenguaje vago en cuanto tal posee o no significación y en que condiciones puede poseerla, dado que según sus especulaciones el lenguaje corriente es siempre constitutivamente vago, más todavía: que todo problema relativo a la significación del lenguaje implica la relativa vaguedad de este; la mujer lo descubre al borde de la neurosis por no poder aterrizar la idea, la mujer lo consuela diciendo que después de todo la filosofía no es concluyente y lo invita a que se una a la fiesta de leche con chocolate que aun se desarrolla en la cocina.

El reloj aun no recupera el minutero y sigue marcando horas hambrientas entre segundos regordetes, el gato abandona en el jardín a Cornelius Benjamín, esperando que los pájaros jueguen con él, la araña se ríe a carcajadas del reloj, el escarabajo decide volar aun y cuando apenas este amaneciendo y la mujer por fin se sumerge en esa dimensión Murakamina sin saber exactamente si el lenguaje es vago o la vaguedad es carente de significado.

 

domingo, 12 de mayo de 2013

Yo Divagante



La mujer regresa al diván anaranjado, no está segura del porqué, quizá es solo que las dudas y los sucesos se agolpaban en su cabeza y en ocasiones requiere que los filósofos le respondan con esas ambigüedades milenarias que a su vez le generan más dudas, en la redundancia de su existencia Ionesca.

Así que lo sacude un poco y se recuesta en él, a los pocos minutos salta el gato con aquellas migajas metafísicas que viven perpetuamente en sus bigotes. El reloj le marca un segundo de añoranza y hace que la araña brinque al siguiente número solo por rutina. Mientras el escarabajo que quiere ser epistemológico se lamenta porque el día está nublado y no podrá saber cuándo es antes del atardecer, dado que de ninguna manera se puede confiar en el reloj.

En el jardín los pájaros del naranjo le dan la bienvenida tratándola de poner al tanto de los intentos del cuervo medieval ataviado con bufanda, de despojarlos del árbol.

La mujer ignora a los pájaros y se concentra en acariciar al gato, quien agradece el estar de nuevo encaramado en el diván, ambos saben que la paz durará poco, los filósofos están por irrumpir sin piedad, diciendo algo que solo ellos entienden.

Efectivamente, llega Fichte quien concibe al yo como la realidad anterior a la división en sujeto y objeto; el gato lo ve y se pregunta de que hablará; la mujer piensa lo mismo, el yo es algo que no tenía contemplado un día como este.

La araña se percata de que el diván anaranjado está ocupado de nuevo por lo que estira sus patitas desde el número 12 aunque no ha podido tomar baños de sol en muchos días.

Kant se sienta en el diván anaranjado y dice que sencillamente él entiende al yo como la unidad que acompaña todas las representaciones, el gato y la mujer lo miran interrogante ¿sencillamente? Vaya idea que tiene de sí mismo. Kant no los escucha y abandona el diván categóricamente.

El libro rosado salta a la mesa y dice que en la filosofía contemporánea el yo es concebido como algo distinto tanto de un yo empíricamente limitado por una clase especial de psicología como de un supuesto yo puro o trascendental; en este punto, y escuchando al libro rosado, la mujer se pregunta cómo es que su regreso al diván anaranjado está directamente relacionado con un yo que se le confunde consigo misma, Freud ha invadido su psique de tal manera que el Personaje de las Partículas Elementales reclama ser sometido a psicoterapia en un desayuno dominical.

El gato le responde con un arrastre de tazón, pero lo mujer no alcanza a ir a la cocina cuando es interceptada por Gustav Teichmüller quien le dice que el yo es una coordinación, la mujer lo mira y quiere preguntarle porque hablar del yo cuando podría hablar del clima o de lo mucho que le gusta el chocolate; Gustav Teichmüller le pregunta si de verdad quiere hablar de nimiedades o mejor continúan con el yo que es por demás interesante; la mujer sabe que de igual manera seguirá con el yo, así que dócilmente escucha que es el punto común de referencia para todo ser real e ideal dado a la conciencia. La mujer lo observa alejarse del diván sin despedirse.

Mientras en el jardín los pájaros libran una batalla con el cuervo medieval ataviado con bufanda, la misma de siempre, pero que es interrumpida por Husserl diciéndoles que el yo primitivo es primeramente inencontrable, pues tan solo se puede percibir el yo empírico y su referencia empírica a aquellas vivencias propias o a aquellos objetos externos que en el momento dado se han tornado justamente objetos de atención especial, quedando fueran y dentro muchas otras cosas que carecen de esta referencia al yo. Los pájaros se preguntan cómo es que la mujer les permite llegar a su diván, Husserl al saberse no entendido, se sienta en una de las bancas del jardín a reflexionar un poco más sobre el yo.

El reloj marca un segundo que no pertenece a la hora exacta en la que se encuentran, el gato sigue arrastrando el tazón, la mujer trata de buscar en la alacena algo con que llenarlo, pero no logra encontrar ni siquiera un poco de felicidad aristotélica que siempre la rescata en estas situaciones.

Entra Louis Lavelle diciendo que el yo es interior a sí mismo y sobre pasa toda dualidad entre el ser y el conocer, el gato enfadado lo arrastra hasta la salida, argumentando que si no trae nada con que llenar su tazón, será mejor que se retire; la mujer sabe que es imposible discutir con el gato en momentos de hambre.

Cuando el gato regresa de arrastrar a Lavelle es tomado de la cola por Ortega y Gasset quien le dice que este yo que soy como algo esencialmente existente, como un quien que, sin embargo, no excluye la posibilidad de pensamiento de si propia realidad; el gato trata de liberarse, pero el filósofo le dice que el yo que es mi realidad es, por consiguiente, la mismidad; le entrega el gato a la mujer y se aleja diciendo que él es él y su circunstancia… el gato alega que su circunstancia es un tazón vacío y no está interesado en que también sea yo mismo.

Llega Frondizi tratando de consolar al gato diciéndole que el yo no es una experiencia entre otras, ni el conjunto de las experiencias, sino algo más, un plus, que sin embargo no puede ser identificado con una sustancia intemporal y en sí no sometida a cambio. El yo cambia pero a la vez es permanente, es, en rigor, lo siempre presente, lo estable, dentro del cambio. La mujer sabe que eso no consolará al gato y solo logrará una persecución felina, la cual es vista en el minuto que no es marcado por el reloj dado que la araña esta sobre la manecilla grande impidiendo que se mueva.

Al fondo de la alacena la mujer encuentra un bote con filosofía oriental que al servirla en el tazón dice que niega con rigor el yo, y con ello la conciencia, dado que lo que llamamos yo, es un engaño: resulta de una inadmisible identificación de una realidad con el individuo.Al gato siempre le ha parecido muy especiada la filosofía oriental, pero la alacena raya en la miseria y no es momento para pedir cucharadas de cultura dionisiaca.

El gato termina de relamer el tazón, mientras la araña se desliza de la manecilla grande por ver al reloj tratando de tomar venganza con la manecilla chica marcando menos horas de las que debería, el escarabajo epistemológico aun observa el cielo con añoranza pero tendrá que volar otro día cuando el atardecer le diga que es hora de emprender el viaje, en tanto la mujer se recuesta en el diván anaranjado, ha sido un día atareado tratando de hurgar en ese yo que es ella misma y a la vez solo un engaño de la realidad, por ello se acomoda y se sumerge en el sarcasmo de mujeres muertas, esperando la hora de llegada del Personaje de las Partículas Elementales.

lunes, 23 de enero de 2012

Final, que también es hasta luego.



De: Laura Martínez Domínguez

Hoy hace 365 días exactamente me comprometí a redactar 60 cuentos. Logré el objetivo y le he puesto punto final al número 60.

Debo admitir que cuando empecé con esta idea pensé que en el cuento numero 10 habría perdido por completo las imaginación y las ganas de seguir escribiendo, sin embargo, sucedió que los personajes empezaron a tomar vida propia y se las ingeniaban para que cada vez les sucediera algo nuevo y totalmente interesante.

Además conté con la ayuda de aquellos personajes que tienen una dimensión humana fuera de mis cuentos, como el personaje de las Partículas Elementales que ha hecho que mi vida sea participe de numerosas huidas, risas, cariños y recuerdos entrañables; una Palomilla Apocatastásica quien al darme la certeza de que siempre revoloteará a mi alrededor me permite sumergirme en la hilarancia de una vida ya de por si Ionesca y que a su lado además es faérica y un personaje salido de mis sueños que en defensa de su historia me regala las palabras más disparatadas para que mis personajes dialoguen sobre ellas.

Lo cierto es que esto no es un adiós, solo un hasta luego, una despedida momentánea para poder acumular historias y darles nueva vida a estos personajes que les agradecen que semana a semana nos hayan leído e incluso comentado.

Por ello en nombre de la mujer del diván anaranjado, el gato que come filosofía, el reloj y la araña atrapada en él, el escarabajo que quería ser epistemológico, el cerdo metafísico, el cuarteto de ardillas sordas, los pájaros del árbol de naranjo, el cuervo medieval ataviado con bufanda e incluso el pajarito simpatiquísimo que sorprendió a todos por su superlativo, les damos las gracias por habernos acompañado este año.

Hasta pronto.

miércoles, 18 de enero de 2012

Divagaciones en Eterno Retorno




De: Laura Martínez Domínguez


La mujer se sienta en el diván anaranjado, llega a casa luego de una comida frente a una inmensidad que si bien es finita también es húmeda, el personaje de las partículas elementales la invito a huir con él.

El gato salta al diván anaranjado diciendo que el libro rosado ha enloquecido y ahora corre por la sala diciendo algo así como que es la doctrina según la cual el universo nace y perece en una sucesión cíclica. La mujer y el gato tratan de entenderle, sin embargo, el libro rosado lo repite una y otra vez, cual mantra.

El reloj marca un segundo que al parecer suena a despedida, mientras en el jardín se habla, en efecto, de Kalpas, es decir, de períodos que van desde el nacimiento hasta la destrucción de un mundo. La duración de cada Kalpa es indeterminada, pero se supone muy grande, posiblemente, varios millones de años. El nacimiento del mundo tiene lugar por condensación extrema; su final, por una conflagración. El número de Kalpas es infinito, de modo que el proceso cíclico es eterno.

Con el cuarteto de ardillas sordas llega Heráclito, según el cual el mundo surge del fuego y vuelve al fuego según ciclos fijados y por toda la eternidad, es una forma de la doctrina del eterno retorno. El gato salta de alegría al verlas, pero el cuarteto de ardillas sordas apenas se detienen un segundo y salen apresuradamente abandonando el diván anaranjado, que por cierto siempre es el equivocado.

Lo cierto es que al parecer lo mismo ocurrió con muchos pitagóricos y en particular con los estoicos, que tomaron en parte su cosmología de Heráclito y la sordera de las ardillas.

El escarabajo entra tranquilamente preguntando quienes son las ardillas que acaban de salir apresuradamente, el gato le responde que en realidad nadie está seguro de quienes sean.

La araña despierta enredada entre Alkindi, Avicena, Averroes —y también el llamado averroísmo latino— quienes admitieron una reaparición periódica de los acontecimientos, una evolución circular del mundo único regido por la revolución eterna de los astros, trata de gritar pero el reloj le marca el segundo exacto en el que los filósofos se desenredan y se van.

En la sala se encuentran los autores cristianos quienes no podían admitir, en cambio, la idea de un eterno retorno; "lo que pasa" no vuelve a pasar, porque es historia, y hasta "drama". La mujer ríe ante semejante exclamación, ella al menos no concibe la vida tan lineal, tan plana, tan finita.

Una vez más el reloj les marca un minuto de aquellos conocidamente tediosos y pegajosos en los que sin aviso alguno el cuervo medieval ataviado con bufanda irrumpe en el jardín asustando a los pájaros que habitan el árbol de naranjo sembrado milenariamente, el gato sale para averiguar con mayor detalle lo que sucede y estos le contestan que simplemente es la cotidianidad que se les escurre por entre las plumas todos los días.

En tanto en la cocina Nietzsche ha formulado la doctrina del eterno retorno (die ewige Wiederkunft) al suponer (o imaginar) que, en un mundo en donde los átomos sean indestructibles y finitos, las infinitas combinaciones posibles de los mismos en la eternidad del tiempo darán un número infinito de mundos entre los cuales estará comprendido un número infinito de momentos iguales. La mujer lo escucha con atención e incluso le ofrece una taza de té negro servido en tazas extra grandes y de colores melancólicos.

Nietzsche acepta y en ese instante llega Unamuno quien uniéndoseles llama a la doctrina del eterno retorno "una formidable tragicomedia" y un "remedo de la inmortalidad del alma"… el gato aparece en la cocina con Jaspers colgando de una oreja, quien ademas supone que la doctrina nietzscheana del eterno retorno es exclusivamente ética y en modo alguno cosmológica (o mitológico- cosmológica): lo que tal doctrina tiende a mostrar es que el hombre es responsable por sus acciones de un modo definitivo, hasta el punto de que cada una de sus acciones se repite un número infinito de veces, la mujer lo libera del gato y le invita a tomar té en aquellas tazas extra grandes.

En el minuto mismo que se recuerda a la traición vivida en un constante eterno retorno, llega Heidegger quien además de hablar desde esa traición hace de la doctrina del eterno retorno nietzscheana uno de los elementos fundamentales de la destrucción de la metafísica occidental". La mujer pasa por alto la traición, que aunque nunca la habrá de olvidar sabe que la ha perdonado, por lo que lo invita a tomar también una taza de té negro.

Luego de despedir a los filósofos la mujer regresa al diván anaranjado donde por cierto encuentra al gato dándose un espectacular baño de lengua y relamiéndose los bigotes aun con aquellas migajas metafísicas que podrían ser de neokantianos en paquetitos exactos o de neoplatónicos en cubitos, incluso de estoicos en tiritas, es difícil saberlo, porque su debilidad por la comida esférica podría ocasionar que sean neo pitagóricos en bolitas.

La araña aun no se da por vencida, por lo que salta a la manecilla y se da cuenta que ha encontrado su raña, por lo que con bríos renovados emprende la búsqueda de la salida del reloj aunque sabe que es la misma acción repetida hasta el infinito, el eterno retorno de la búsqueda de la salida, del tratar de entender en qué punto fue arrojada a un reloj o si ella misma eligió este encierro.

En ese instante llega G. Gamow, cuya teoría al respecto se parece extraordinariamente, en sus líneas más generales, a los precedentes más remotos de la doctrina del eterno retorno; en efecto, en esta cosmología contemporánea interviene la noción de condensación extrema de la materia y su expansión hasta alcanzar un estado de rarefacción extrema, a partir del cual se produce de nuevo la condensación y así hasta el infinito.

La mujer lo despide y se pregunta porque el cerdo metafísico desapareció sin razón aparente, también donde quedo la caja que contenía la abstracción lógica que el personaje aquel salido de sus sueños le regaló una tarde cualquiera, se pregunta también por el destino mortal que tuvieron las hormigas invasoras y causantes de la desaparición de su diván anaranjado… el numero 7 y una Palomilla Apocatastásica la hacen sonreír al imaginársela balanceándose en él… la mujer también se pregunta qué sería de su historia sin ese personaje de las partículas elementales que en cien días le dijo que tenía que desafiar al alba y a sus asesinos.

El gato incita a la mujer a que le rasque el estomago dado que está destinado a ello y la mujer lo hace sabiendo que esta historia solo pone una pausa hasta que el reloj les marque la hora de empezar de nuevo en un eterno retorno.

martes, 10 de enero de 2012

Ocasionalismo y Divagaciones.






De: Laura Martínez Domínguez.


El reloj marca un minuto tardío, de aquellos que nos dicen que no queremos despertar y sin embargo, nos vemos obligados a hacerlo.

El gato se estira perezosamente y corre hacia la cocina esperando que su tazón este lleno de neoplatónicos en cubitos… pero al llegar a la cocina descubre que está vacío, por lo que corre hacia la habitación de la mujer.

La araña no ha podido dormir, una idea ronda con una velocidad impresionante dentro del reloj, lo que hace imposible conciliar el sueño.

En tanto que la mujer ha escapado desde temprano al diván anaranjado, encontrando en él al libro rosado, quien al parecer trata de dialogar afirmando que considerar que debe de haber alguna substancia que sea a la vez pensante y extensa.

Aparece Descartes con esta idea al modificar o hasta contradecir su tesis de que la substancia pensante se define por no ser extensa y la substancia extensa se define por no ser pensante, mediante la hipótesis de que el alma tiene su sede en la glándula pineal. La mujer se pregunta seriamente de qué hablaran.

El reloj les marca un segundo desesperado y llega Spinoza con la siguiente solución: Considerar que la substancia pensante y la substancia extensa no son más que dos atributos de la única substancia real: Dios. Ni a Descartes ni a la mujer los convence, además la mujer aun conserva la interrogante de saber de qué trata. Para el caso llegan Leibniz y L. de Forge, quienes dicen que se deben de admitir que las substancias pensante y extensa han sido previamente ajustadas de tal modo por Dios, que pueden compararse a dos relojes que marchan sincrónicamente, no por ninguna substancia interpuesta, ni por azar, ni por ser dos aspectos de un mismo reloj, sino por una armonía pre-establecida.

El escarabajo llega y con él la solución ocasionalista que dice que se debe de considerar que cada vez que se produce un movimiento en el alma, Dios interviene para producir un correspondiente movimiento en el cuerpo y viceversa. En este punto la mujer se empieza a preocupar, el hecho de que intervenga el personaje de ciencia ficción más famoso del mundo, siempre le causa conflicto.

Pero el libro rosado le dice que el problema planteado por Descartes suscitó también cuestiones análogas a las que llevaron a Hume a su crítica del concepto de causa. Sin embargo, a diferencia de Hume, quien por cierto dijo que solo podrá quedarse un segundo, y de los llamados precursores de Hume al respecto: Algazel y Nicolás de Autrecourt, los ocasionalistas centraron principalmente su problema sobre la relación alma-cuerpo.

La mujer le afirma al libro rosado que eso no disipa su preocupación. El gato salta al diván exigiendo un llenado de tazón hasta los bordes y la mujer accede a fin de entretener al gato.

Camino a la cocina encuentran a Ludwig Stein, quien dice que hay dos fases en la formación del ocasionalismo moderno. Por un lado, una fase (representada por Louis de la Forge), que se atiene al planteamiento del problema por Descartes y que puede considerarse como una simple consecuencia o corolario del cartesianismo. La tesis de de la Forge es menos radical que la de otros ocasionalistas y, en ciertos respectos, se parece a la de Leibniz. Por otro lado, una fase (representada por Courdemoy y los demás ocasionalistas mencionados) que va más allá de la Forge y sostiene que hay una intervención continua de Dios.

La mujer se percata que en esta ocasión los filósofos no se irán rápidamente, sino que se instalaran en su cocina hasta que logren dar una respuesta coherente a la idea de Descartes, por lo que descubre que tiene ocasionalistas fermentados en la alacena, así que llena el tazón del gato hasta el borde, dado que los ocasionalistas en sentido estricto habían solucionado el problema de la libertad indicando que ésta consiste en el consentimiento que el ser humano otorga (o que puede rechazar) a la intervención divina. El gato los come con más curiosidad que apetito.

La araña ha atrapado a la idea que al igual que ella deambula dentro del reloj, tratando de interrogarla para saber por dónde ha entrado, la idea se ha quedado francamente muda, además llega Malebranche quien había sido al respecto muy explícito. También Geulincx quien había sostenido una teoría semejante. Esto llevó a ambos a considerar los afectos concomitantes del ánimo como el fundamento de la ética. La mujer los escucha pero aun no sabe de qué hablan.

El reloj riñe a la araña y por supuesto a la idea deambulante, amenazándolas con suspenderse si no son capaces de estar quietas, a lo cual hacen caso omiso por lo que el reloj se suspende justo en el segundo en el que llegan los estoicos para quienes la libertad es la conciencia de la necesidad. Ello significa que el "tono" del alma es lo que permite a un hombre decirse a sí mismo si es libre o no. La mujer ríe al pensar que los filósofos se han contagiado del reloj y ahora aparecen en tiempos incorrectos diciendo cosas que nadie encuentra relacionadas. Los estoicos abandonan la casa.

En su lugar llega San Bernardo de Clairvaux quien había ya distinguido entre tres aspectos de la libertad: la libertad plena (poseída por Cristo), la libertad atenuada (o aceptación de la gracia divina) y la libertad nula (o libertad frente al pecado). La mujer se disculpa con los estoicos pero se da cuenta de que además de que ya se han ido, las cosas se empiezan a poner sagradas, los santos empezaran a aparecer de un momento a otro.

Un segundo pasado marcado por un reloj que ha perdido la cordura, hace que el libro rosado diga que el propio concepto de causa ocasional, tan fundamental para los ocasionalistas estrictos, tuvo un largo desarrollo histórico. Como indica Cicerón, quien llega a arrastrando sin razón aparente a Crisipo quien había distinguido ya entre causas principales y perfectas (causae principales et perfectae), y causas cooperantes (causae adjuvantes). Esta distinción fue mantenida por varios filósofos árabes (Avicena) y judíos (Yehudá ha-Leví), siendo aceptada por algunos filósofos escolásticos por ejemplo, Santo Tomás. A base de ello se formó el concepto de causa ocasional o aquella especie de causa que, aun siendo de carácter imperfecto, no es siempre indirecta o por accidente. Esta causa era definida, pues, como la que suprime el obstáculo con el fin de producir un cierto efecto o —especialmente en sentido moral— como aquello que se produce involuntariamente, sea por acción o por omisión.

La mujer se pregunta cómo es que el ocasionalismo se filtro por las ventanas de su casa causando un revuelo inesperado, en donde toda la casa esperaba entenderlo, ella debe de reconocer que su curiosidad se disipó cuando aparecieron los santos, eso de relacionar la libertad con la divinidad o el cuerpo como la morada del espíritu divino, no termina por convencerle… el gato se ríe de ella y le dice que la atusa el escepticismo.

Así, la mujer abandona el diván anaranjado y se dispone a pasar la mañana envuelta en el disfraz de la profesión aprendida de memoria hasta que llegue el personaje aquel salido de sus sueños diciendo que la vida debe saberle a goma.

miércoles, 4 de enero de 2012

Devenir Divagante.




De: Laura Martínez Domínguez


El gato salta al diván anaranjado, trae las patitas húmedas, resulta que salió a la calle y tuvo la suerte de pararse justo sobre algo pegajoso, la mujer lo hace bajar del diván y el reloj le marca una hora socarrona.

El libro rosado se une a las risas mientras dice que el galicismo 'devenir' es ya de uso corriente en la literatura filosófica en lengua española. Su significación no es, sin embargo, unívoca. A veces se usa como sinónimo de 'llegar a ser'; a veces se considera como el equivalente de 'ir siendo'. La mujer se pregunta de dónde viene la palabra devenir, en esta ocasión no fue idea del personaje aquel salido de tus sueños… la mujer va hacia la cocina esperando saber el origen de esa palabra.

Ahí encuentra a los filósofos jónicos quienes dicen que devenir es el “principio de la realidad que tenía como uno de sus rasgos capitales el ser una entidad que subyace en todo cambio y que explica, junto con el cambio, la multiplicidad de las cosas”. La mujer intenta hacerles una pregunta, pero estos para variar huyen y en su lugar aparecen los pitagóricos quienes hicieron lo propio, pero pensaron hallar el principio del devenir y de lo múltiple en una realidad ideal: las relaciones matemáticas. El gato salta de gusto al encontrarlos junto a su tazón.

Mientras el gato juega con los pitagóricos enredándolos en algoritmos, del reloj y de un minuto sin sentido desciende Heráclito quien hizo del propio devenir, el principio de la realidad, introduciendo con ello en el pensamiento filosófico un giro que ha sido considerado a veces como "heterodoxo”.

La araña se percata de que Parménides y los eleatas están a su lado, quienes además adoptaron al respecto una posición opuesta a la de Heráclito. En vista de que la razón no hace presa en el devenir, declararon que la realidad que deviene es puramente aparencial: el ser verdadero es inmóvil: frente al "todo fluye" de Heráclito, los elatas proclamaron, pues, el "todo permanece". Heráclito los mira con indiferencia y escapa antes de ser atrapado por una patita húmeda del gato.

El reloj marca un segundo disparatado en el que llegan Empédooles y Anaxágoras quienes admitieron la existencia de varias substancias (en cantidad limitada las de Empédocles; en cantidad ilimitada las de Anaxágoras) que no devienen, pero cuyas combinaciones permiten explicar el hecho del devenir. El escarabajo los ínsita a explicarlo, pero estos abandonan la sala discutiendo entre ellos.

Llega Demócrito quien lo entendió en un sentido cuantitativo; devenir es desplazamiento de átomos en sí mismos invariables, sobre un fondo de no ser o extensión indeterminada. Todos los habitantes de la casa lo miran interrogantes, pero Demócrito es interrumpido por Platón quien llega con una tendencia general de es hacer del devenir, una propiedad de las cosas en tanto que reflejos o copias de las ideas. Tales cosas son justamente llamadas a veces lo engendrado o devenido.

La mujer los escucha e intenta pensar en el devenir hasta que llega Aristóteles criticó ante todo las concepciones sobre el devenir propuestas por los anteriores filósofos. Dicho lo cual sale de la casa mascullando cosas en griego antiguo.

Aparece Santo Tomás quien señalaba que el cambio es la actualización de la potencia en tanto que potencia, y por eso hay devenir cuando una causa eficiente lleva, por así decirlo, la potencia a la actualidad, y otorga al ser su perfección entitativa.

El gato arrastra su tazón metálico a fin de que se lo llenen generosamente, la mujer le sirve un poco de filosofía moderna la cual se ha tendido a considerar el propio Devenir como el motor de todo movimiento y como la única explicación plausible de todo cambio. El gato la come sin mucho entusiasmo, recordando con nostalgia aquellos tiempos en donde su tazón era llenado con felicidad aristotélica almacenada para los momentos difíciles.

Entra Hegel, para quien el devenir (Werden) representa la superación del puro ser y de la pura nada, los cuales son, en último término, idénticos. Todos prestan atención a sus palabras, pero a veces es tan difícil entenderlos, por lo que el filósofo decide tomar asiento y empezar a hablar en diferentes idiomas rápidamente.

La mujer huye al diván anaranjado odia esa manía de los filósofos por hablar en otro idioma sabiendo que los demás no entenderán una palabra. El gato le da la razón mientras arrastra a Bergson quien ha llegado a concebir el ser como una inmovilización del devenir. Splenger trata de rescatarlo mientras dice que lo devenido es lo que se halla impregnado de extensión y "se encarna en el número matemático", en tanto que el devenir es lo orgánico, lo que posee dirección, irreversibilidad e historia.

El escarabajo se balancea en la mesa instalada junto al diván y observa como Alberto Rouges ha considerado que hay dos especies de devenir: el devenir físico —que, por la imposibilidad de conservar el pasado, se reduce a un continuo nacimiento y anonadamiento del ser—, y el devenir espiritual — el cual permanece sin ser idéntico.

La mujer aun no logra entender exactamente a lo que se refieren con devenir, pero el movimiento o la falta de él, de pronto tienen más sentido, quizá sus días devengan en algo mejor, el gato está cansado de perseguir filósofos por lo que pide permiso para subir al diván, el reloj se divierte diciendo que son las 7:16 aunque en realidad la hora es otra siete horas antes, la araña se pregunta por dónde habrán entrado Parménides y los eleatas, los cuales desaparecieron sin dejar rastro, y así la mujer regresa a la realidad en donde tiene puesto es disfraz de la profesión aprendida de memoria.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Divagaciones Universales





De: Laura Martínez Domínguez


La mujer se sienta en el diván anaranjado, esta exhausta, los últimos sucesos con rescates adheridos han ocasionado que haya decidido no salir del diván hasta nuevo aviso.

El gato salta al diván anaranjado uniéndose a la idea de no abandonarlo en todo el día, por lo que el reloj les marca un minuto por demás perezoso.

La araña despierta acomodada en el numero 12, y piensa en saltar hasta el numero 8, algo de infinito le vendría de maravilla. Sin embargo, el reloj ha instalado la manecilla grande precisamente sobre él, por lo que le impide de manera alevosa hacerlo.

Mientras en la cocina el libro rosado dice que los universales, universalia, son llamados también nociones genéricas, ideas y entidades abstractas. La mujer sabe que la idea proviene del personaje aquel salido de sus sueños, pero esta vez no envió caja y mucho menos cerdos metafísicos, el gato observa al vacío un tanto decepcionado.

El reloj marca un segundo desolador y Richard Hönigswald indica que el llamado "problema de los universales, ya desde Platón, pero sobre todo durante la Edad Media, ofreció una multiplicidad de temas y cuestiones.

El escarabajo ha regresado del jardín en el bolsillo de H. Collin quien al entrar a la casa indica que es conveniente considerar los universales en tres esferas: como arquetipos en la mente de Dios, como esencias en las cosas y como conceptos mediante los cuales hablamos de las cosas. Las posiciones adoptadas entonces en la cuestión de los universales dependen de las afirmaciones o negaciones que se formulen con respecto a cada una de tales esferas. La mujer lo escucha y se da cuenta de que inevitablemente su casa será invadida por todos aquellos que opinen algo sobre los universales.

Como T. Zigliara quien pone de manifiesto cinco de tales aspectos; llega con ellos en una gran bolsa y empieza a sacarlos y acomodarlos sobre la mesa de la cocina, junto al libro rosado y le dice que el primero es: El universal tal como existe en lo singular; el segundo es el universal lógico, es decir, el universal considerado formalmente o establecido formaliter; en otros términos, el universal como relativo, esencialmente ideal o como segunda intención, cuyos modos son los géneros y las especies; acomoda un tercero: El universal metafísico o considerado en sí mismo, llamado también universal directo, esto es, el universal bajo el modo fundamental; continua sacando y aparece un cuarto; en este punto todos los habitantes de la casa se preguntan por el numero de los aspectos, pero el filosofo continua impertérrito diciendo que El universal respecto al modo de concebir las cosas (distinto del universal respecto a la cosa concebida o universal metafísico), es decir, el llamado universal precisivo; el libro rosado les anuncia que solo falta uno más y el autor señala que El universal considerado concreta y abstractamente; universal también en tanto que objeto de la metafísica, pero bajo un distinto respecto.

La araña ha emprendido una campaña a fin de mover la manecilla grande del numero 8, pero el reloj la engaña haciéndole creer que lo ha logrado y un minuto después la instala de nuevo en el mismo sitio, la araña lo ha amenazado con empezar a llorar y ocasionar una inundación homérica… el reloj la ignora.

Así, y en medio de semejante drama, en donde la mujer no entiende la fijación de la araña por el infinito, llega Frege quien ha sido considerado como defensor de la posición realista, o como prefiera hoy llamarse, platónica. Esta posición fue mantenida por Russell, cuando menos durante la primera década de este siglo; muchos lógicos se adhirieron a ella o trabajaron, sin saberlo, dentro de sus supuestos. Veinte años después, autores como Chwistek, Quine,Goodman (y, más recientemente, R. M. Martin) abogaron por la posición nominalista frente a la posición platónica ( defendida, por ejemplo, por Alonzo Church). La mujer e incluso el reloj se sorprenden de lo rápido que pueden avanzar los años para hacer que en este tiempo presente se instalen todos en la sala a comer frituras transgénicas mientras toman jugo rojo.

Aparece Cassirer intentando mostrar que el problema de los universales es un problema aparente, surgido por el predominio de la noción de substancia y por la tesis de la relación sujeto-predicado implicada en ella. El gato abandona el diván únicamente para hacerlo rodar desde el dintel de la ventana.

La araña ahora llora y el reloj se debate entre permitirle saltar al número 8 y acabar con la inundación o simplemente dejar que la araña desista de su empeño pueril. En ese instante aparece Aarón, quien en un alarde de destreza intenta resolver el problema de los universales mostrando que un universal no es sino un principio de clasificación, determinado por el uso, y por los intereses del sujeto que clasifica, pero apoyado en el hecho de la "recurrencia" de los fenómenos.

La mujer continúa con su idea de no abandonar el diván anaranjado, y piensa en los universales en esas nociones generales, en esos entes abstractos que a ratos le recuerdan el sabor a goma que por cierto odia, por lo que despide a los últimos filósofos y se instala a pasar el día entero leyendo aquel que al tratar de infundir terror la divierte como nadie, esperando que el reloj le marque la hora exacta en que deba abandonar el diván para vivir una cita con el personaje de las partículas elementales.