El gato se acicala lentamente tendido en el diván
anaranjado, la mujer llega a casa con la única intención de colgar el disfraz
de la profesión aprendida de memoria y sumergirse en una dimensión Murakamina,
sin embargo, al parecer el gato se niega rotundamente a abandonar el diván… la
mujer sabe que tendrá que sobornarlo con el contenido de una bolsita
resellable.
El reloj marca una hora hambrienta, dado que la araña
ha raptado las otras dos manecillas, el reloj trata de disuadirla pero al
parecer es el momento de la terquedad sin fundamento ni motivo.
El escarabajo una vez más se lamenta del cielo
nublado, las pequeñas filigranas de plata le impiden saber cuándo volar, y además
está pensando seriamente en ser empírico y dejar la epistemología al menos por
unos días, de igual manera solo quiere serlo pero nunca llega a nada en
concreto.
La mujer logra convencer al gato al llenar su tazón
de pitagóricos en bolitas, la comida esférica siempre convence; por lo que huye
al diván, pero cuando está a punto de abrir la dimensión Murakamina llega Max
Black quien le dice que la vaguedad se caracteriza por la existencia de objetos
referente a los cuales es intrínsecamente imposible decir si el símbolo es o no
aplicable; la mujer trata de entenderlo, pero si en realidad lo que intenta es
explicar la vaguedad, lo cierto es que no lo está logrando. Trata de interrogar
al filósofo pero este le dice que como sus ejemplos son igual de complejos, estará
en la cocina preparando chocolate con leche.
El reloj
recupera el segundero por lo que marca horas hambrientas con segundos
regordetes, la araña urde un plan para tirar por la hendidura al minutero, un segundo
regordete mas y sin siquiera tocar aparece Carl G. Hempel afirmando que la
vaguedad podría definirse como una relación semiótica trimombre que puede
asumir ciertos grados, es decir, como una función estrictamente semiótica de tres
argumentos. El gato desde su tazón piensa vagamente en que los pitagóricos en
bolitas están más secos que de costumbre.
La mujer observa detenidamente a Carl G. Hempel y
sin siquiera elaborar una pregunta lo invita a la fiesta de leche con chocolate
que se organiza en su cocina.
Llegan a la cocina y encuentran a I.M Copi listo para
poner varios ejemplos que explicarán la vaguedad diciendo: “supongamos que se
intenta aplicar la simple dinámica racional a una máquina muy imperfecta, cuyas
ruedas sean solo aparentemente circulares y cuyos ejes no sean muy rígidos. Se pueden
hacer tres cosas: 1) perfeccionar la máquina; 2) complicar nuestras matemáticas;
3) decir que las matemáticas empleadas
son falsas. En ese momento Hempel y
Black proponen utilizar el segundo procedimiento; pero Copi con desdén les dice
que hay que utilizar el primer procedimiento y hacer redefinición para que los
términos se conformen cada vez más a las leyes de la lógica y para ello hay que
suponer que la vaguedad es un caso especial de la ambigüedad y no una propiedad
distinta e independiente del lenguaje.
La mujer les pregunta desde su taza increíblemente grande
en qué momento se les ocurrió irrumpir en su cocina… los filósofos no escuchan,
la discusión se torna acalorada, la mujer se reprocha a sí misma, que a pesar de
la experiencia vivida, aun olvida que los filósofos relegan el mundo cuando una
idea es puesta en la mesa, aunque esta solo sea una vaguedad.
Una hora más que el reloj marca porque los segundos
son demasiado efímeros como para marcarlos sin sentido, y la mujer hace el
segundo intento por recostarse en el
diván, intento fallido, dado que el gato encontró sobre la mesa a Cornelius Benjamín
preocupado por mostrar los factores que
constituyen a la vaguedad y que por cierto, es el único modo de evitarla, pero
mientras trata de evadir las patitas del gato con gran destreza dice que porque
justamente porque la vaguedad es inevitable, puede ser reducida y ello sin
necesidad de adoptar posiciones tales como el construccionismo, el
convencionalismo o el operacionalismo, que resuelven el problema simplemente
eliminando sus datos. El gato logra atraparlo y llevarlo hasta el jardín donde
los pájaros de naranjo los miran con un poco de interrogación.
Entra G. Watts Cunnigham preguntándose primero
porque se vistió de verde y segundo si un lenguaje vago en cuanto tal posee o
no significación y en que condiciones puede poseerla, dado que según sus
especulaciones el lenguaje corriente es siempre constitutivamente vago, más todavía:
que todo problema relativo a la significación del lenguaje implica la relativa
vaguedad de este; la mujer lo descubre al borde de la neurosis por no poder
aterrizar la idea, la mujer lo consuela diciendo que después de todo la filosofía
no es concluyente y lo invita a que se una a la fiesta de leche con chocolate
que aun se desarrolla en la cocina.
El reloj aun no recupera el minutero y sigue
marcando horas hambrientas entre segundos regordetes, el gato abandona en el
jardín a Cornelius Benjamín, esperando que los pájaros jueguen con él, la araña
se ríe a carcajadas del reloj, el escarabajo decide volar aun y cuando apenas
este amaneciendo y la mujer por fin se sumerge en esa dimensión Murakamina sin
saber exactamente si el lenguaje es vago o la vaguedad es carente de
significado.
No importa si el reloj no tiene manecillas porque la araña las ha confiscado, lo importante fue volver al origen de las mujeres de maíz, los bisquets de crema y mermelada, pelear con la charola de brownies y que la noche se volviera fresca y lluviosa.
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