miércoles, 19 de junio de 2013

Divagaciones y Vaguedad


El gato se acicala lentamente tendido en el diván anaranjado, la mujer llega a casa con la única intención de colgar el disfraz de la profesión aprendida de memoria y sumergirse en una dimensión Murakamina, sin embargo, al parecer el gato se niega rotundamente a abandonar el diván… la mujer sabe que tendrá que sobornarlo con el contenido de una bolsita resellable.

El reloj marca una hora hambrienta, dado que la araña ha raptado las otras dos manecillas, el reloj trata de disuadirla pero al parecer es el momento de la terquedad sin fundamento ni motivo.

El escarabajo una vez más se lamenta del cielo nublado, las pequeñas filigranas de plata le impiden saber cuándo volar, y además está pensando seriamente en ser empírico y dejar la epistemología al menos por unos días, de igual manera solo quiere serlo pero nunca llega a nada en concreto.

La mujer logra convencer al gato al llenar su tazón de pitagóricos en bolitas, la comida esférica siempre convence; por lo que huye al diván, pero cuando está a punto de abrir la dimensión Murakamina llega Max Black quien le dice que la vaguedad se caracteriza por la existencia de objetos referente a los cuales es intrínsecamente  imposible decir si el símbolo es o no aplicable; la mujer trata de entenderlo, pero si en realidad lo que intenta es explicar la vaguedad, lo cierto es que no lo está logrando. Trata de interrogar al filósofo pero este le dice que como sus ejemplos son igual de complejos, estará en la cocina preparando chocolate con leche.

 El reloj recupera el segundero por lo que marca horas hambrientas con segundos regordetes, la araña urde un plan para tirar por la hendidura al minutero, un segundo regordete mas y sin siquiera tocar aparece Carl G. Hempel afirmando que la vaguedad podría definirse como una relación semiótica trimombre que puede asumir ciertos grados, es decir, como una función estrictamente semiótica de tres argumentos. El gato desde su tazón piensa vagamente en que los pitagóricos en bolitas están más secos que de costumbre.

La mujer observa detenidamente a Carl G. Hempel y sin siquiera elaborar una pregunta lo invita a la fiesta de leche con chocolate que se organiza en su cocina.

Llegan a la cocina y encuentran a I.M Copi listo para poner varios ejemplos que explicarán la vaguedad diciendo: “supongamos que se intenta aplicar la simple dinámica racional a una máquina muy imperfecta, cuyas ruedas sean solo aparentemente circulares y cuyos ejes no sean muy rígidos. Se pueden hacer tres cosas: 1) perfeccionar la máquina; 2) complicar nuestras matemáticas; 3) decir que  las matemáticas empleadas son falsas. En ese momento  Hempel y Black proponen utilizar el segundo procedimiento; pero Copi con desdén les dice que hay que utilizar el primer procedimiento y hacer redefinición para que los términos se conformen cada vez más a las leyes de la lógica y para ello hay que suponer que la vaguedad es un caso especial de la ambigüedad y no una propiedad distinta e independiente del lenguaje.

La mujer les pregunta desde su taza increíblemente grande en qué momento se les ocurrió irrumpir en su cocina… los filósofos no escuchan, la discusión se torna acalorada, la mujer se reprocha a sí misma, que a pesar de la experiencia vivida, aun olvida que los filósofos relegan el mundo cuando una idea es puesta en la mesa, aunque esta solo sea una vaguedad.

Una hora más que el reloj marca porque los segundos son demasiado efímeros como para marcarlos sin sentido, y la mujer hace el segundo intento por recostarse en  el diván, intento fallido, dado que el gato encontró sobre la mesa a Cornelius Benjamín  preocupado por mostrar los factores que constituyen a la vaguedad y que por cierto, es el único modo de evitarla, pero mientras trata de evadir las patitas del gato con gran destreza dice que porque justamente porque la vaguedad es inevitable, puede ser reducida y ello sin necesidad de adoptar posiciones tales como el construccionismo, el convencionalismo o el operacionalismo, que resuelven el problema simplemente eliminando sus datos. El gato logra atraparlo y llevarlo hasta el jardín donde los pájaros de naranjo los miran con un poco de interrogación.

Entra G. Watts Cunnigham preguntándose primero porque se vistió de verde y segundo si un lenguaje vago en cuanto tal posee o no significación y en que condiciones puede poseerla, dado que según sus especulaciones el lenguaje corriente es siempre constitutivamente vago, más todavía: que todo problema relativo a la significación del lenguaje implica la relativa vaguedad de este; la mujer lo descubre al borde de la neurosis por no poder aterrizar la idea, la mujer lo consuela diciendo que después de todo la filosofía no es concluyente y lo invita a que se una a la fiesta de leche con chocolate que aun se desarrolla en la cocina.

El reloj aun no recupera el minutero y sigue marcando horas hambrientas entre segundos regordetes, el gato abandona en el jardín a Cornelius Benjamín, esperando que los pájaros jueguen con él, la araña se ríe a carcajadas del reloj, el escarabajo decide volar aun y cuando apenas este amaneciendo y la mujer por fin se sumerge en esa dimensión Murakamina sin saber exactamente si el lenguaje es vago o la vaguedad es carente de significado.

 

domingo, 12 de mayo de 2013

Yo Divagante



La mujer regresa al diván anaranjado, no está segura del porqué, quizá es solo que las dudas y los sucesos se agolpaban en su cabeza y en ocasiones requiere que los filósofos le respondan con esas ambigüedades milenarias que a su vez le generan más dudas, en la redundancia de su existencia Ionesca.

Así que lo sacude un poco y se recuesta en él, a los pocos minutos salta el gato con aquellas migajas metafísicas que viven perpetuamente en sus bigotes. El reloj le marca un segundo de añoranza y hace que la araña brinque al siguiente número solo por rutina. Mientras el escarabajo que quiere ser epistemológico se lamenta porque el día está nublado y no podrá saber cuándo es antes del atardecer, dado que de ninguna manera se puede confiar en el reloj.

En el jardín los pájaros del naranjo le dan la bienvenida tratándola de poner al tanto de los intentos del cuervo medieval ataviado con bufanda, de despojarlos del árbol.

La mujer ignora a los pájaros y se concentra en acariciar al gato, quien agradece el estar de nuevo encaramado en el diván, ambos saben que la paz durará poco, los filósofos están por irrumpir sin piedad, diciendo algo que solo ellos entienden.

Efectivamente, llega Fichte quien concibe al yo como la realidad anterior a la división en sujeto y objeto; el gato lo ve y se pregunta de que hablará; la mujer piensa lo mismo, el yo es algo que no tenía contemplado un día como este.

La araña se percata de que el diván anaranjado está ocupado de nuevo por lo que estira sus patitas desde el número 12 aunque no ha podido tomar baños de sol en muchos días.

Kant se sienta en el diván anaranjado y dice que sencillamente él entiende al yo como la unidad que acompaña todas las representaciones, el gato y la mujer lo miran interrogante ¿sencillamente? Vaya idea que tiene de sí mismo. Kant no los escucha y abandona el diván categóricamente.

El libro rosado salta a la mesa y dice que en la filosofía contemporánea el yo es concebido como algo distinto tanto de un yo empíricamente limitado por una clase especial de psicología como de un supuesto yo puro o trascendental; en este punto, y escuchando al libro rosado, la mujer se pregunta cómo es que su regreso al diván anaranjado está directamente relacionado con un yo que se le confunde consigo misma, Freud ha invadido su psique de tal manera que el Personaje de las Partículas Elementales reclama ser sometido a psicoterapia en un desayuno dominical.

El gato le responde con un arrastre de tazón, pero lo mujer no alcanza a ir a la cocina cuando es interceptada por Gustav Teichmüller quien le dice que el yo es una coordinación, la mujer lo mira y quiere preguntarle porque hablar del yo cuando podría hablar del clima o de lo mucho que le gusta el chocolate; Gustav Teichmüller le pregunta si de verdad quiere hablar de nimiedades o mejor continúan con el yo que es por demás interesante; la mujer sabe que de igual manera seguirá con el yo, así que dócilmente escucha que es el punto común de referencia para todo ser real e ideal dado a la conciencia. La mujer lo observa alejarse del diván sin despedirse.

Mientras en el jardín los pájaros libran una batalla con el cuervo medieval ataviado con bufanda, la misma de siempre, pero que es interrumpida por Husserl diciéndoles que el yo primitivo es primeramente inencontrable, pues tan solo se puede percibir el yo empírico y su referencia empírica a aquellas vivencias propias o a aquellos objetos externos que en el momento dado se han tornado justamente objetos de atención especial, quedando fueran y dentro muchas otras cosas que carecen de esta referencia al yo. Los pájaros se preguntan cómo es que la mujer les permite llegar a su diván, Husserl al saberse no entendido, se sienta en una de las bancas del jardín a reflexionar un poco más sobre el yo.

El reloj marca un segundo que no pertenece a la hora exacta en la que se encuentran, el gato sigue arrastrando el tazón, la mujer trata de buscar en la alacena algo con que llenarlo, pero no logra encontrar ni siquiera un poco de felicidad aristotélica que siempre la rescata en estas situaciones.

Entra Louis Lavelle diciendo que el yo es interior a sí mismo y sobre pasa toda dualidad entre el ser y el conocer, el gato enfadado lo arrastra hasta la salida, argumentando que si no trae nada con que llenar su tazón, será mejor que se retire; la mujer sabe que es imposible discutir con el gato en momentos de hambre.

Cuando el gato regresa de arrastrar a Lavelle es tomado de la cola por Ortega y Gasset quien le dice que este yo que soy como algo esencialmente existente, como un quien que, sin embargo, no excluye la posibilidad de pensamiento de si propia realidad; el gato trata de liberarse, pero el filósofo le dice que el yo que es mi realidad es, por consiguiente, la mismidad; le entrega el gato a la mujer y se aleja diciendo que él es él y su circunstancia… el gato alega que su circunstancia es un tazón vacío y no está interesado en que también sea yo mismo.

Llega Frondizi tratando de consolar al gato diciéndole que el yo no es una experiencia entre otras, ni el conjunto de las experiencias, sino algo más, un plus, que sin embargo no puede ser identificado con una sustancia intemporal y en sí no sometida a cambio. El yo cambia pero a la vez es permanente, es, en rigor, lo siempre presente, lo estable, dentro del cambio. La mujer sabe que eso no consolará al gato y solo logrará una persecución felina, la cual es vista en el minuto que no es marcado por el reloj dado que la araña esta sobre la manecilla grande impidiendo que se mueva.

Al fondo de la alacena la mujer encuentra un bote con filosofía oriental que al servirla en el tazón dice que niega con rigor el yo, y con ello la conciencia, dado que lo que llamamos yo, es un engaño: resulta de una inadmisible identificación de una realidad con el individuo.Al gato siempre le ha parecido muy especiada la filosofía oriental, pero la alacena raya en la miseria y no es momento para pedir cucharadas de cultura dionisiaca.

El gato termina de relamer el tazón, mientras la araña se desliza de la manecilla grande por ver al reloj tratando de tomar venganza con la manecilla chica marcando menos horas de las que debería, el escarabajo epistemológico aun observa el cielo con añoranza pero tendrá que volar otro día cuando el atardecer le diga que es hora de emprender el viaje, en tanto la mujer se recuesta en el diván anaranjado, ha sido un día atareado tratando de hurgar en ese yo que es ella misma y a la vez solo un engaño de la realidad, por ello se acomoda y se sumerge en el sarcasmo de mujeres muertas, esperando la hora de llegada del Personaje de las Partículas Elementales.