lunes, 3 de octubre de 2011

Gusto y Divagaciones




De: Laura Martínez Domínguez


La mujer está en el diván anaranjado, la autora que siempre la ha salvado de los naufragios la acompaña, el día amaneció con un reloj empeñado en marcar horas que borran los recuerdos y eliminan los deseos irracionales.

El gato ha encontrado tendencias filosóficas y las hace rodar incesantemente, la mujer lo escucha pero se niega a salir del diván anaranjado.

La araña también lo escucha pero las ardillas sordas que tratan de subirse a un diván al cual ya no pertenecen, la distraen.

El reloj marca una hora llena de minutos que recuerdan una despedida ineludible.

La mujer toma al libro rosado, empieza a jugar con sus páginas y de pronto salta el gusto a su regazo, acto seguido aparece P. André, y les dice que existe una facultad del gusto inherente al espíritu humano y, por consiguiente, natural e infalible, pero no reducible, como todavía pensaban muchos preceptistas (especialmente franceses) a normas racionales; la mujer empieza por cuestionarse esto del gusto.

El reloj hace girar a la manecilla grande en el momento en el que Addison, sentado desparpajadamente en el sillón destaca fuertemente los aspectos individuales y empíricos que concurren en el gusto, pero tiene que incorporarse porque han entrado los filósofos ingleses del sentido moral, especialmente Shaftesbury y Hutcheson,y le contestan de un modo terminante: el gusto es una facultad —y aun la facultad principal— de carácter a la vez estético y ético, correspondiente al ideal de la unidad de lo bello y de lo bueno; la percepción de las cualidades de lo bello por medio del gusto es una percepción segura e independiente de las otras.

No conforme con los anteriores llegan los filósofos ingleses del sentido común, especialmente para Dugald Stewart, diciendo casi a gritos que el gusto es una subfacultad perteneciente a la facultad de la imaginación. Puede llegar a ser universal, pero no de un modo directo e inmediato, sino a través de la experiencia y del ejercicio, los cuales se basan a su vez en las asociaciones de las ideas.

La mujer decide ir a la sala y ver un poco de televisión, sin embargo, al parecer el televisor no tiene ganas de encenderse en ese preciso momento, el gato su sube en ella y se pregunta una vez más si habrá himenópteros en su interior.

La mujer abandona la sala y al encaminarse nuevamente al diván anaranjado, tropieza con Kant, quien le dice que el gusto consiste en la facultad de juzgar, distinta de la facultad productora de la imaginación. Se trata, empero, de una facultad susceptible de "crítica", es decir, una facultad en la cual puede plantearse la cuestión de la validez a priori de sus juicios y, por lo tanto, el problema de la
fundamentación de la estética. Kant define el gusto (Gesch-mack) como "la facultad de juzgar de un objeto [estimar un objeto: Beurteilungsvermöen eines Gegenstandes] o de un modo de representación; la mujer detesta cuando los filósofos hablan en alemán, no hay manera de entenderlos, ella al menos no lo logra…

Aparece Feijoo, y dice que el que está mejor dotado puede percibir mejor las cualidades estéticas; al escucharlo todos se preguntan: ¿mejor dotado de qué?, el filósofo no responde, al parecer va tarde a su próxima cita.

Llega Luzán quien se adhirió a las teorías neoclásicas, así como, en parte, a las del P. André (y Crousasz ), acabando por considerar el gusto como la percepción, según reglas, de las combinaciones de lo real con lo fantástico, de lo formal con lo utilitario, de lo imaginativo con lo moral; únicas combinaciones capaces de engendrar la belleza y, con ella, el gusto por lo bello, casi siguiéndolo entra Capmany el cual se inclinó en su Filosofía de la elocuencia a una concepción psicologista y subjetivista del gusto, la mujer escucha la idea de la filosofía de la elocuencia y quisiera enredarse enteramente en ella…

El escarabajo ha encontrado a Piquer, quien influido por los empiristas, tomó una posición subjetivista-empírica, la mujer lo mira con comprensión y piensa que en realidad esas cosas le pasan a cualquiera.

En la cocina P. Arteaga, mientras come gomitas en forma de caracol, adopta un punto de partida subjetivista-empírico, pues le interesaba destacar el papel de la experiencia, pero pronto pretendió ir más allá del empirismo, con lo cual se acercó a posiciones defendidas por la estética del sentimiento y la filosofía del sentido común.

El reloj en la añoranza total no solo del péndulo sino también del pajarito simpatiquísimo, marca siglos coincidentes con el XIII en el cual y sin previo aviso se manifestaron, casi todas las posiciones fundamentales relativas al problema del gusto estético: platonistas, sensualistas, naturalistas, empiristas, idealistas, y variantes de las mismas, de pronto la casa y todos sus habitantes empiezan a sentir el rigor de los siglos marcados por un reloj que debería marcar minutos certeramente exactos.

Al cabo de un tiempo, todo vuelve a lo acostumbrado; la mujer regresa al diván anaranjado y se encuentra al libro rosado que le pregunta ¿Hay razones que expliquen el gusto?, ¿Es el gusto algo que existe en todos los hombres o es el producto de la educación, del medio social, de las circunstancias históricas, etc.?; ¿Es el gusto algo fundamentalmente racional o algo fundamentalmente sensible?; ¿Es el gusto una facultad?, y ¿Cuál es el papel del gusto dentro del conjunto de las apreciaciones artísticas?; la mujer reflexiona y se da cuenta que ha pasado por la vida sin pensar en el gusto y que simplemente lo ha asumido como un sentido más, de aquellos que nos ayudan a apreciar la realidad, pero no sabe qué tan dotada esta para apreciar el gusto de la manera correcta, y mucho menos si tiene la capacidad para estar facultada o no para saber de gusto.

El gato sale al jardín y se encarama en una de las mesas metálicas, de un tiempo a la fecha le ha tomado gusto a escuchar la charla sin sentido de los pájaros, el escarabajo ha emprendido el vuelo aun y con las advertencias del reloj de que aún faltan horas para que el atardecer aparezca, la araña extraña su raña, por más que busca la salida, no hay manera de salir de un reloj sellado por su voluntariedad, el reloj ríe a carcajadas y marca los minutos adecuados para que la mujer se dé cuenta de que debe salir a la ciudad para encontrarse con el personaje de las partículas elementales.

2 comentarios:

  1. "La mujer decide ir a la y ver un poco de televisión"

    ¿hasta dónde se fue la mujer? :)

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  2. "La mujer decide ir a la sala y ver un poco de televisión"
    Eso de no escribir a la misma velocidad a la que pienso, hace que ocurran este tipo de omisiones.

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