martes, 19 de julio de 2011

Divagaciones Culturales




De: Laura Martínez Domínguez

La ciudad está invadida por la noche y por la lluvia y la mujer al padecer insomnio decide sentarse en el diván anaranjado, despertando con ello al gato, haciendo también que el reloj marque un minuto perezoso.

El escarabajo epistemológico ha volado antes del atardecer pero al parecer regresó antes de la media noche, porque ahora mueve sus ocho patas en la mesa instalada junto al diván.

Entran los cínicos proclamando, como si el reloj marcara las 10:00 de la mañana, su oposición a todo lo que no fuera la llamada simplicidad natural, a todo lo que se apartara de la Naturaleza, considerando la cultura como el signo de la corrupción y de la decadencia, la mujer los escucha y busca al libro rosado… mientras la mujer lo busca llegan los estoicos, diciendo que el vivir según la Naturaleza era también el vivir según la razón universal, pues la Naturaleza es para ellos algo más que el conjunto de los objetos naturales… la araña pregunta al reloj de que se trata el alboroto armado en medio de la noche, pero el reloj contesta con una hora sonámbula.

La mujer por fin encuentra al libro rosado, y al regresar al diván anaranjado se percata que Rickert, está en él y le dice que el conjunto de lo nacido por sí, oriundo de sí y entregado a su propio crecimiento", sino objeto o proceso al cual está incorporado un valor, que tiende a un valor y está subordinado a él… la mujer no logra entenderlo, por lo que lo despide para poder ojear lentamente al libro rosado y encontrar el origen del alboroto nocturno que al parecer ha provocado el desvelo de la casa entera y su insomnio.

El libro rosado le dice algo sobre que los objetos culturales no necesitan ser forzosamente objetos de la Naturaleza elaborados y cultivados, como lo es el campo labrado o el trozo de mármol esculpido; pueden ser también, y son en la mayor parte de los casos, objetos no representados a través de una entidad natural: mitos, leyendas, creencias religiosas, organizaciones políticas, ideas científicas, prácticas morales, costumbres; la mujer empieza a entender vagamente que su insomnio atrajo a la cultura, un tema modernamente complejo.

Simmel, le da la razón y le dice que la provisión de espiritualidad objetivada por la especie humana en el curso de la historia; finalmente, se refieren a la mutua relación entre los espíritus subjetivo y objetivo, a la formación o alteración de este último por el primero y a las formas de la vida humana adoptadas de acuerdo con el mundo cultural preexistente, Simmel busca café en la cocina e invita a la mujer a que tomen una o dos tazas de café, la mujer acepta, su insomnio es cada vez más tangible y piensa que no le caería nada mal una taza de café en compañía de un filósofo.

Al poco tiempo se les une Bogumil Jasinowski y cuando llega señala que la afirmación de la unidad de la historia de la cultura como unidad de las diversas ramas de la cultura espiritual no significa que tales ramas tengan en común algo parecido a un contenido meramente conceptual, toma asiento con ellos y dice que esta noche en donde las horas son sonámbulas le apetece de sobremanera una taza de café obscenamente dulce.

La mujer los deja y regresa al diván anaranjado donde el libro rosado le dice que la cultura es el mundo propio del hombre, lo cual no significa que el hombre no viva también dentro de la Naturaleza y dentro o bajo lo trascendente, la mujer alguna vez leyó que lo natural al hombre era la cultura, la frase aun le causa escalofríos, por lo que llega Scheler y le dice que cultura es humanización, pero esta humanización se refiere tanto al "proceso que nos hace hombres" como al hecho de que los productos culturales queden humanizados.

El gato también ha despertado, el reloj marcó un minuto estrepitosamente, por lo que incluso la araña se vio obligada a saltar del número nueve donde intentaba volver a dormir, por lo que se dirige a la cocina y pide que su tazón sea llenado, la mujer le sirve filosofía de la cultura la cual no es meramente el conjunto de investigaciones que tienden a la clasificación y ordenación de los objetos culturales, sino también y muy especialmente uno de los capítulos fundamentales de la filosofía de la existencia humana. La cultura debe ser, en fin de cuentas, algo que tiene sentido para el hombre y sólo para el hombre. La filosofía de la cultura implica así la discusión del sentido de la propia cultura como algo que acontece en la vida humana, como algo que esta vida crea, transforma y se apropia, el gato la saborea con rapidez, un dejo de mundanidad se le queda entre el paladar y la lengua.

En la cocina los filósofos riñen a Ortega y Gasset porque se niega a tomar café afirmando que en las noches de insomnio no hay nada mejor que la leche tibia, la mujer se estremece ante tal cosa, siempre le ha parecido que sabe a vomito, los demás filósofos asienten, pero Ortega y Gasset continua implacable y dice que la cultura es, en el fondo, un movimiento natatorio, un bracear del hombre en el mar sin fondo de su existencia con el fin de no hundirse; una tabla de salvación por la cual la inseguridad radical y constitutiva de la existencia puede convertirse provisionalmente en firmeza y seguridad.

La mujer regresa al diván anaranjado y piensa en las palabras de Ortega y Gasset, en la posibilidad de hacer cultura en aras de no hundirse, de no naufragar y mantenernos a flote, se pregunta si ella misma hizo cultura al decidir que no se detendría hasta sentir que todo estaba de nuevo en su sitio aun y cuando esta exhausta de tanto movimiento… el libro rosado le dice que la cultura podría definirse así como aquello que el hombre hace, cuando se hunde, para sobrenadar en la vida, pero siempre que en este hacer se cree algún valor.

El gato se acurruca junto a la mujer en el diván anaranjado y acto seguido se duerme, el reloj se ha suspendido y ahora solo marca minutos automáticos, gesto que la araña agradeció cuando de nueva cuenta se instaló en el numero 9 para conciliar el sueño, el escarabajo ha permanecido dormido toda la velada por lo que la mujer apaga la luz de la mesita instalada junto al diván anaranjado y se dispone a dejar el insomnio para otra noche y entregarse en los brazos del dios griego de los sueños.

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