domingo, 20 de marzo de 2011

Identidades y divagaciones



De: Laura Martínez Domínguez

Cuando la mujer llega, encuentra al gato sobre el diván, a la araña sentada en el numero 7 pensando si emprender su búsqueda u holgazanear el día entero y al reloj practicando el principio de contradicción, para que absolutamente nadie pueda adivinar cuál es el minuto que acaba de marcar.

El escarabajo cae accidentalmente en el hombro de Meyerson, quien en ese momento entraba hablando de la identidad como de aquella inevitable tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, esto es, a sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a su explicación.

La mujer lo escucha, pero no puede sacar al viento de su ventana, aun siente cómo el despoblado ayuda a que lo haga con más fuerza. El gato la invita a sentarse en su diván, en donde esta Aristóteles, quien a pesar de que nunca le interesó la identidad dice que la identidad es "una unidad de ser, unidad de una multiplicidad de seres o unidad de un solo ser tratado como múltiple.

La mujer de pronto repara en la palabra instalada en su casa, llegar de tierras lejanas tiene la consecuencia de la no ubicación ¿O identificación? Inmediata.
El reloj se detiene un segundo, la araña juega con su manecilla y el principio Leibniziano de la identidad de los indiscernibles es la formulación de una de las leyes de la lógica de la identidad y a la vez un principio ontológico o metafísico, la mujer no logra saber exactamente lo que está sucediendo, lo cierto es que Leibniz no ha aparecido, y su principio ha llegado por correo.

El gato encuentra a los idealistas post kantianos quienes hicieron de la identidad un concepto central metafísico, el gato evoca el idéntico recuerdo de aquel cerdo, aunque llega a la conclusión que tenerlo de nuevo en casa seria de lo más absurdo.

La mujer por fin retorna al diván, y Hume critica la noción tradicional del yo alegando que la idea de esta supuesta entidad no se deriva de ninguna "impresión" sensible. Considerando que el problema de la identidad personal es insoluble, y al menos él se contenta con la relativa persistencia de haces de impresiones en las relaciones de semejanza, contigüidad y causalidad de las ideas. La mujer piensa en la identidad, y lo hace ahora que llega de aquellos lugares que tienden a ser semejantes, a unificarse unos con otros.

El gato arrastra su tazón y en Kant la identidad se hace trascendental en tanto que es la actividad del sujeto trascendental la que permite, por medio de los procesos de síntesis, identificar diversas representaciones en un concepto, nadie toma en cuenta al gato por lo que la araña ríe a carcajadas, contagiando al reloj.

La mujer los escucha, Hegel llega, abre la puerta sin tocar, se instala en el idéntico sillón de la sala y distingue entre la identidad puramente formal del entendimiento y la identidad rica y concreta de la razón. Cuando lo Absoluto es definido como "lo idéntico consigo mismo" parece no decirse nada sobre lo Absoluto. Pero la "identidad concreta" de lo Absoluto no es una identidad vacía. La mujer, el gato y la araña, no logran captar a cabalidad las palabras de Hegel, su estilo obscuro para hablar hace que se pierdan en la absoluta divagación de una idea.

Heidegger trata de arreglar las cosas e indica que la fórmula A = A se refiere a una igualdad, pero no dice que A sea como "lo mismo", la mujer repite la formula, llena el tazón del gato, el cual se da cuenta que contiene estoicismo en tiras delgadas, la mujer se dice una vez más que la formula A=A, es igualdad, pero no significa que sea lo mismo, que la identidad tenga que ser idéntica, sino solo una manera de unificar las cosas.

La mujer vuelve al diván, se instala en él, y consulta al libro rosado quien le dice que en la identidad propiamente dicha hay la idea de la "unidad consigo misma" de la cosa, idea ya perceptible en los griegos, pero desarrollada solamente con Leibniz y Kant, y sobre todo con los idealistas alemanes: Fichte, Schelling y Hegel. Desde éstos no podemos ya representarnos la identidad como mera unicidad, la mujer observa como aquellos que faltaban van poblando su casa e instalándose según su respectivo tamaño, en los sillones o en la cocina.

El gato ha terminado con los estoicos, un sabor fuerte le ha quedado entre la lengua y el paladar, la mujer despide a los filósofos asegurándoles que ahora sabe que la identidad, es más que unicidad. La araña decide olvidar su pereza y buscar la idéntica búsqueda de la salida perfecta del reloj; el escarabajo se ha instalado de nuevo en la mesa al lado del diván, en tanto el reloj está francamente agotado luego de tantas horas de principio de contradicción, por lo que les advierte que estará suspendido hasta el próximo minuto… la mujer lo ignora y abandona el diván.

1 comentario:

  1. La identidad que se establece en las relaciones formales de nuestra psique, con las que "vemos" nuestro pensamiento, nos permiten identificarnos a algo, a alguien, incluso a una idea de nosotros mismos y además lograr un cierto grado de unidad con ese algo o alguien concreto o especifico, pero hay identidades más completas y complejas donde la razón nos hace, no iguales de manera absoluta, sino iguales en equivalencia al otro, a lo otro, a nosotros mismos... a veces, trágicamente, las confundimos.

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